sábado, 25 de diciembre de 2010

...fiestas!

a los que crean,
a los que creen,
mi deseo:
celebremos,
algo está por nacer...


lunes, 20 de diciembre de 2010

entre ojos

Libertella lee a Mirtha Dermisache

El ojo que ve ve que todo
lo aburre. El ojo perfecto
es el que no ve. Yo no quiero
ver nada salvo mis ganas de
apretar bien los párpados
y divertirme en lo oscuro.

Héctor Libertella, "La arquitectura del fantasma, una autobiografía", Santiago Arcos Editor, Bs.As., 2006

domingo, 12 de diciembre de 2010

poema a mi papel

leyendo propios poemas
penas impresas trascendencias cotidianas
sonrisa orgullosa equívoco perdonado
es mío es mío es mío!!
leyendo letra cursiva
latir interior alegre
sentir que la dicha se coagula
o bien o mal o bien
extrañeza de sentires innatos
cáliz armonioso y autónomo
límite en dedo gordo de pie cansado y
pelo lavado en rizosa cabeza
no importa:
es mío es mío es mío!!

Alejandra Pizarnik, "Poesía Completa", Edit. Lumen, 2003

jueves, 25 de noviembre de 2010

"amarte es preciso, vivir no"

Baile

De la cintura bajan
arrabales de adentro
como impaciencias del amor.
¿Qué es esa moneda
que tu bailar acuña?
En la colina del deseo
sobra el sol.
Seguridad es tu hermosura,
bella que el tiempo apagás
en laberintos de Eros donde
es triste el que no sabe.
Amarte es preciso, vivir no.
A Mara

Juan Gelman, "de atrásalante en su porfía", Seix Barral, México, 2007

viernes, 19 de noviembre de 2010

la otra libertad... escribir

Taller de poesía en Unidad Penitenciaria 48, J.L. Suárez, Bs. As.,
coordinado por Cristina Domenech y Pedro Nazar

Tengo miedo
a los lobos y a sus ganas
de destrozar mi cuerpo
Miedo a las paredes del futuro
a las lágrimas secas
por el recuerdo del olvido
Miedo a que no existan
atardeceres
ni preguntas

Maximiliano Vera, "Ondas de Hiroshima", Antología Poética


Las piedras
secan mis raíces

hay ojos que muerden
como perros

ya no puedo caminar

mis deseos se hicieron sistema

Waldemar Cubilla, "Ondas de Hiroshima", Antología Poética

sábado, 6 de noviembre de 2010

anoche realicé el retorno

Anoche realicé el retorno; todo sucedió como lo preví. El plantío de hortensias. La Virgen? paloma de la noche? vuela que vuela, vigila que vigila. Pero, los plantadores de hortensias, los recolectores, dormían lejos, en sus chozas solitarias. Y mi jardín está abandonado. Las papas han crecido tanto que ya asoman como cabezas desde abajo de la tierra, y los zapallos, de tan maduros, estiran unos cuernos largos, dulces, sin sentido; hay demasiada carga en los nidales, huevos grandes, huevos pequeñitos; la magnolia parece una esclava negra sosteniendo criaturas inmóviles, nacaradas.

Toqué apenas la puerta; adentro me recibieron el césped, la soledad. En el aire de las habitaciones, del jardín, hasta han surgido ya, unos planetas diminutos, giran casi al alcance de la mano, sus rápidos colores.

Y el abuelo está allí todavía ¿sabes? como un gran hongo, una gran seta, suave, blanca, fija.

No me conoció.


Marosa di Giorgio, "Los papeles salvajes", Adriana Hidalgo Edit, 1991

viernes, 29 de octubre de 2010

una madre para Fellini

¿Qué es Roma? ... Roma es una madre, y es la madre ideal porque es indiferente. Es una madre que tiene demasiados hijos, y por lo tanto no puede dedicarse a ti, no te pide nada, no espera nada de ti. La madre ideal, la madre que no te obliga a portarte bien. Incluso una frase tan común como: "¿Pero, quién eres tú? ¿No eres nadie!" es confortante. Porque no sólo hay desprecio en ella, sino también una carga liberadora.

Federico Fellini, "Encuentro con Federico Fellini", por Carlos D. Pérez, http://www.elsigma.com/, 14.01.2004

jueves, 14 de octubre de 2010

una vez... la madre de Borges

"... Ella colaboró conmigo. Yo estaba dictándole un cuento que se titula "La intrusa". Y todo dependía de la frase en la cual el mayor le dice al menor que ha matado a la mujer. Yo no sabía como dar con esa frase. Mi madre estaba siguiendo el dictado, muy desagradada -vos siempre con tus guarangos y tus cuchilleros- pero había entrado en el cuento. Yo le dije: “ahora llega el momento... aquí esta toda la suerte del cuento. Depende de las palabras con las cuales el mayor le dice al menor que él ha matado a la mujer que quieren los dos”. Mi madre me dijo: “dejame pensar”. Y luego con una voz del todo distinta, agregó: “Ya sé lo que le dijo”. Como si hubiera ocurrido el hecho. "Bueno, escribílo entonces", le dije yo. Lo escribió y me lo leyó: “A trabajar hermano, esta mañana la maté”. Y ella encontró la frase. Y sin esa frase, que fue muy elogiada después, el cuento se hubiera caído a pedazos. Y era de ella. Luego me dijo: “Espero que ésta sea la última vez que tratás estos temas”. Claro, sí, porque a ella no le gustaban, le parecía que era absurdo todo eso. Además decía que todos los guapos eran flojos, que yo admiraba absurdamente a impostores."

"Borges el Memorioso- conversaciones de Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo", entrevista radial en 1979, Buenos Aires, Argentina

viernes, 17 de septiembre de 2010

balada del boludo

Por mirar el otoño
perdía el tren del verano.
Usaba el corazón en la corbata.
Se subía a una nube,
cuando todos bajaban.

Su madre le decía:
No mires las estrellas para abajo,
no mires la lluvia desde arriba.
No camines las calles con la cara,
no ensucies la camisa;
no lleves tu corazón bajo la lluvia, que se moja.
No des la espalda al llanto,
no vayas vestido de ventana,
no compres ningún tílburi en desuso.

Mirá tu primo el recto
que duerme por las noches.
Mirá tu primo el justo
que almuerza y se sonríe.
Mirá tu primo el probo
puso un banco en el cielo.
Tu cuñado el astuto
que ahora alquila la lluvia.
Tu otro primo el sagaz
que es gerente en la luna.

—Tienes razón, mamá —dijo el boludo
y se bebió una rosa.
—No seré más boludo—
y se bajó del viento.
—Seré astuto y zahorí—
y dio vuelta una estrella para abajo
y se metió en el subte
y quedaron las gaviotas.

Entonces vinieron los parientes ricos
y le dijeron:
—Eres pobre, pero ningún boludo.
Y el boludo fue ningún boludo
y quemaba en las plazas
las hojas que molestan en otoño.
Y llegó fin de mes.
Cobró su primer sueldo
y se compró cinco minutos de boludo.

Entonces vinieron las fuerzas vivas
y le dijeron:
—Has vuelto a ser boludo, boludo.
—Seguirás siendo el mismo boludo de siempre.
—Debes dejar de ser boludo, boludo.

Y medio boludo,
con esos cinco minutos de boludo,
dudaba entre ser ningún boludo
o seguir siendo boludo para siempre.
Dudaba como un boludo.
Y subió las escaleras para abajo,
hizo un hoyo en la tierra
miraba las estrellas.
La gente le pisaba la cabeza,
le gritaba boludo.
Y él seguía mirando
a través de los zapatos
como un boludo.

Entonces vino un alegre y le dijo:
—Boludo alegre.
Vino un pobre y le dijo:
—Pobre boludo.
Vino un triste y le dijo:
—Triste boludo.
Vino un pastor protestante y le dijo:
—Reverendo boludo.
Vino un cura católico y le dijo:
—Sacrosanto boludo.
Vino un rabino judío y le dijo:
—Judío boludo.
Vino su madre y le dijo:
—Hijo, no seas boludo.
Vino una mujer de ojos azules y le dijo:
—Te quiero.

Isidoro Blaisten, "El perfecto boludo"

martes, 24 de agosto de 2010

"la lluvia no deja trazos, sólo pasa, desnudando" Hugo Mujica

Lluvia Regen Pioggia Pluie

Lluvia regen pioggia pluie
crea cúpulas vértigos confianzas
sencillamente cae sobre tus hombros
golpea en el paraguas que no puede
sentir que llueve en cuatro en ocho idiomas
se derrama quién sabe en qué mapa de sueños
con bombardeos llantos y sirenas
con recuerdos que empiezan a chorrear
con árboles que piden y no esconden
la mano o rama o pájaro o deseo
con el débil relámpago que nadie
con el trueno que se metió en su nido
llueve con voluntad igualadora
sencillamente cae sobre tus hombros
aquí y en otras tardes otras noches
con estos goterones o con otros
en inviernos en selvas en esquinas
en umbrales en huellas en abrazos
mojando estas caricias o esas muertes
sin escándalo llueve en las palabras
y hasta en el corazón llueve sin ruido
como plomo como alas como labios
llueve besando llueve como grito
en cuatro en seis en ocho en diez idiomas
en veinte o treinta desesperaciones
como cortina llueve o como cielo
sencillamente cae sobre tus hombros.

Mario Benedetti, "Contra los puentes levadizos", 1966


Llueve en silencio, que esta lluvia es muda...

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mí (de este que soy) reniego...

Tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas sólo un susurrar
que a sí mismo se olvida cuando crece.
Llueve. Nada apetece...

No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente...

Fernando Pessoa, versión de Ángel Crespo

viernes, 20 de agosto de 2010

amo res de sencuentro

Quizá la más querida

Me diste la intemperie,
la leve sombra de tu mano
pasando por mi cara.
Me diste el frío, la distancia,
el amargo café de medianoche
entre mesas vacías.

Siempre empezó a llover
en la mitad de la película,
la flor que te llevé tenía
una araña esperando entre los pétalos.

Creo que lo sabías
y que favoreciste la desgracia.
Siempre olvidé el paraguas
antes de ir a buscarte,
el restaurante estaba lleno
y voceaban la guerra en las esquinas.

Fue una letra de tango
para tu indiferente melodía.

Julio Cortázar, "Salvo el crepúsculo",  Alfaguara, Ed. definitiva 2009

miércoles, 11 de agosto de 2010

otro Pablo Neruda

Un tal, su propia bestia

Fue el escritor con su propia bestia
sobre los hombros, siempre
creyó que eran sus alas.

Anduvo vagamente en redacciones
mostrando sus estériles
escritos, cursieróticos
versos: no
interesó, pero, cuando exhibiendo
sus credenciales, se le vio la bestia
montada sobre el hombro,
se los leyeron, y se destinó
a perpetuarse en la maledicencia.

Y le pagaron cada cuchillada.

Ya relució por fin
pero no fue firmando clara sombra,
constelación o pétalo o grandeza:
fue apresuradamente contratado
para morder, con gloria y regocijo,
y así se fue negando
a lo que fue
hasta que aquella bestia sobre el hombro,
antes inadvertida,
se convirtió en su rostro
borrando al hombre que la sostenía.




Pablo Neruda, "Las manos del día", Ed. Losada SA, Bs.As., 1968