sábado, 8 de septiembre de 2012

sin nombre, como la muerte


Otoño de 1975


Estoy llevando a mi hijo muerto en el asiento de mi auto. No sé bien porqué. Supongo que para cuidarlo.

Trato de ir despacio, de no frenar bruscamente. Qué paradoja, la vida frena todo el tiempo así, violentamente, y nadie hace nada... o no puede, no sé. Pero no sé digo a muchas cosas: no sé cómo es morir, no sé como es vivir. Sí sé que lo voy a cuidar. Es un bebé. Mi bebé.

No sabía si envolverlo en una frazada, tenía miedo de que se ahogara. Lo tengo en el asiento de al lado. Está frío. No el día, él. Mi bebé. Hace frío también.


..........


Pessoa tenía palabras para todo. Lo que nunca tuvo fue un hijo muerto. Es lo mismo. Cuando dijo que su vida era como si lo golpeasen con ella, es decir, ser la piedra y el objeto golpeado, ambos y a un mismo tiempo, creo que no necesitó ningún bebé. El tenía el infierno dentro y fuera. El peso de lo absoluto lo acompañó siempre.


..........


... Porque ayer se murió, ayer estaba vivo. Cada día que deba revivir esto, voy a tener que lidiar con la imagen de mi hijo vivo. Muriendo. Va a morir tantas veces como recuerde ese día.


..........


Nota al margen 13


Se esconde al muerto
como a la vergüenza
bajo la tierra, en una caja
en lo profundo...
como a un recuerdo
como a un olvido.

Absorbe el muerto
esa lluvia
(sucia de tierra y de lamentos)
que siempre olvida
haber pasado
y vuelve... vuelve.



Hernán A. Isnardi, fragmentos de "Sin nombre, como la muerte", Edit. La Máquina del Tiempo, 2011