viernes, 31 de octubre de 2014

carta lacaniana


Señor Contador de la Escuela Freudiana de Buenos Aires S / D


    Señor: me dirijo a usted y por su intermedio a la Comisión Directiva de esa institución para dejar constancia escrita, vale decir "a la letra" (cfr. Écrits) de que en el acto de pago a mis conferencias sobre Edgar Poe ha quedado un residuo, como diría el doctor Lacan, que usted, como psicoanalista, debería poder analizar. Ante todo: me doy cuenta de la incompatibilidad que existe entre la función de contador y la de analista. El analista escucha; el que cuenta, o sea el contador, es el paciente. Que usted, doctor, deba sobrellevar en la Escuela Freudiana un cargo, el de contador, por completo antagónico con su profesión habitual, nos ha creado quizá este pequeño problema que, sin embargo, no puede ser resuelto transfiriéndomelo a mí. En cuestiones de sexo y de dinero, me han dicho que ha dicho Freud, hay que hablar claro. Puede que yo no fuera del todo explícito cuando fijé mis honorarios en setecientos cincuenta mil pesos por conferencia, pero muy oscuro no puedo haber sido puesto que eso fue, exactamente, lo que se me pagó por mi primera charla, y, para que la exactitud resultara incluso cronológica, tal pago se efectuó la misma noche del acto. Connotaciones prostibularias al margen, le hago notar que, en cambio, para mi segunda charla no sólo se decidió mitigar mis honorarios, sino que, concluido el acto, no había nadie en su oficina siquiera para informarme de la informal merma. Al día siguiente, y por procuración, me enteré de que sólo recibiría dos tercios de lo acordado (y, si no acordado, al menos re-cordado, por mí, que tenía presente lo acontecido la semana anterior), dos tercios, hago notar de paso, aleatoriamente desvalorizados por la súbita caída del peso argentino, devaluación que ni usted ni yo podíamos prever, aunque quizá el homo económicus que hay en usted, estimado contador-analista, esté más capacitado que yo para evaluar.

    O de otro modo: siento que, por lo menos, se me adeudan doscientos cincuenta mil pesos. Y digo "por lo menos" no porque reclame indexación por la citada caída del peso, sino porque, en casos como éste, se acostumbra, por lo menos, la cortesía de una disculpa.

    No he consultado esto con mi analista porque, acaso desdichadamente, no me analizo, tal vez usted pueda consultarlo con el suyo y lleguemos finalmente a un cuerdo acuerdo. Mientras tanto le confieso que mi planteo es puramente ético. Y por más de una razón. Si usted, doctor, ha leído bien a Freud y a Lacan advertirá, en primer término, que si yo no cobro por lo que hago, en realidad estoy pagando. Llamémosle a esto complejo de culpa y verá en qué aprieto me pone usted con su actitud: ¿qué error o falta de decoro cometí yo al dar esas conferencias (o antes, tal vez en mi infancia) para tener que pagar por ellas? Si no cobro, señor, deberé tal vez analizarme para descubrirlo, lo cual, espantosamente, me obligaría a pagar acaso innumerables sesiones a un psicoanalista para re-cobrar, pagando, lo que pagué por no cobrar. No puede ser ésta la solución. A menos que mi analista fuera usted y yo no le pagara, o yo lo analizara a usted cobrándole lo que me debe por mis conferencias, más unos centavos simbólicos, para evitarle una mala transferencia.

    La otra cuestión ética, es casi estética. Soy escritor. Hace veinticinco años que vengo luchando por la dignidad del trabajo intelectual. En una sociedad como la nuestra, parte de esa dignidad consiste en que la inteligencia sirva, materialmente, para vivir. Si usted hubiese estado presente en mis charlas sobre Edgar Poe ya sabría qué significó para ese hombre, asumir esa ética. Sin contar con que, de haber estado usted, la deuda de su institución conmigo sería menor en veinte mil pesos, ya que, poéticamente al menos, su pago de la entrada habría llegado a destino, como la carta famosa que recuperó el chevalier Dupin y que analizó el doctor Lacan. Pero acaso juzgo mal y usted estuvo. Entonces, señor, quedo su amigo, pues usted como analista ya pagó, aunque no a mí, y en todo caso escuchó lo que pienso sobre la ética, la poesía y la inteligencia, y no hace falta repetirlo.

Si esto es así, me disculpo yo. Y, al desagraviarlo, desagravio en efigie a toda la comisión directiva de la Escuela Freudiana, a la que dono esa residual tercera parte de mis honorarios para que, por ejemplo, hagan arreglar el micrófono que no siempre funciona como debe, por decirlo así.

    Saludo en usted cordialmente al analista, me despido para siempre del contador y, si ha tenido la paciencia de leer hasta el fin esta carta, deploro que esa paciencia lo haya convertido, por un rato, en mi paciente.





Abelardo Castillo, "Carta lacaniana" en “Las palabras y los días”, Editorial Seix Barral, Biblioteca Breve, San Pedro, 1981




sábado, 18 de octubre de 2014

"el que tiene sed" - 1


"...O no había descubierto esa misma tarde que no es el alcohol lo que emborracha. No es el alcohol, es el estado de ánimo, el estado de ánimo con que se lo toma. Y ella le creyó. Claro que cuando lo explicó estaba sobrio..."


"...Lo veía todo muy claro ahora... El mundo. Y su relación con el mundo. El por qué de su relación con el mundo y el por qué de su relación con Mara (con todas las mujeres, sí, pero especialmente con Mara), y el por qué de que a veces, durante la noche, todavía se creyera capaz de terminar su libro, y aun muchos otros libros que les hablaran a los hombres de otro hombre, de Esteban Espósito, con una voz tan angelicalmente bella y demoníaca que ellos se espantarían de sí mismos si eran perversos y, si no lo eran, quizás comprenderían que él de veras se había crucificado inmundanamente, y se estaba matando, y se había hecho odiar por todos los que alguna vez lo amaron y ya había dejado de amar, y casi no podía sentir un solo sentimiento humano, por la pasión de ser feliz... por la locura de que todo hombre y aun toda cosa fueran bellos y felices, motivo por el cual se fue convirtiendo en lo que era, un egoísta hijo de puta, un sórdido egoísta hijo de puta que se emborrachaba por miedo a vivir y se acostaba con otras mujeres por miedo a vivir y no era capaz de confesarle a Mara que nunca la había querido por miedo a vivir, y a dejarla vivir, y ya ni siquiera escribía por miedo a vivir."


"...Con una alegría angélica, con un dolor absoluto, purísimo, como el que debe sentir un animal con el vientre rajado, escribió. Escribió sobre su cobardía y su egoísmo, y era consciente incluso del egoísmo y la cobardía que significaba la liberación de escribirlo."


"...Y yo supe que no estaba preparado para nada de lo que fatalmente iba a ocurrir, no al menos sin antes echarle mano a esa botella, y aunque no tuviera la menor idea de qué era lo que iba a ocurrir, ignorancia que se debía, justamente, al hecho demencial de no haberle echado mano a la botella. Nadie puede captar la realidad real, el mundo y su variedad infinita, simultáneamente y tal como es, estando sobrio."


"...Mientras tanto pensé. Calmado y lúcido, pensé. Me sentía como una batería recién cargada, tragué la primera medida doble con la decisión con que un tigre en ayunas le da su primer dentellada a una media res, de inmediato me invadió una especie de felicidad clarividente que era lo más parecido del mundo a la salud perfecta... Ahí residen el misterio y el secreto del alcoholismo, y el que diga cualquier otra cosa miente. Que uno después se emborrache, es un accidente: el día que yo descubriese el límite, el inútil vaso donde esa felicidad se borra, el mundo iba a conocer una especie de Nuevo Elogio de la Locura que iba a dejar a Erasmo de Rotterdam a la altura de un gorgojo..."


"Tengo orden de no servirlo, señor" oyó Espósito.... Lo inesperado produce dos efectos. O por lo menos dos. Lo inesperado es el fundamento de lo cómico; ahí está uno de los efectos. El otro efecto es el miedo... Lo que Espósito pensó puede expresarse así: Yo siento que esto carece de gracia; yo tengo miedo."

  





Abelardo Castillo, fragmentos de "El que tiene sed", Seix Barral Biblioteca Abelardo Castillo, Grupo Editorial Planeta, 2005



domingo, 5 de octubre de 2014

Pablo Neruda y sus casas (3)


"Cantalao"

"Durante grandes años compartí mi vida con el mar. De haber disfrutado tanto del reposo y del trabajo en la soledad marina, me entró un vago remordimiento, ¿Y mis compañeros? ¿Mis amigos o enemigos escritores? ¿Tendrán ellos este lujo creativo de trabajar y descansar frente al océano?"  escribió Neruda.






Por eso, cuando en Punta de Tralca –balneario cercano a Isla Negra- se pusieron terrenos en venta, el poeta reservó uno de 4.3 hectáreas para construir una colonia de escritores y científicos. Lo bautizó “Cantalao”, pueblo imaginario de uno de sus primeros poemas. Allí edificó esta cabañita de troncos, con puertas y ventanas con vidrios de colores, dirigida bien hacia el sur, e instaló un ancla simbolizando su deseo de permanecer en el lugar.

Neruda legó Cantalao al pueblo de Chile a fin de que se creara una entidad sin fines de lucro para la difusión de las letras, las artes y las ciencias, con el deseo de que se pudieran habilitar dependencias donde reunir a escritores, artistas, científicos, investigadores... La Fundación Pablo Neruda dice que este proyecto es una de sus tareas pendientes!




No se puede ingresar a la cabaña. 
Aquí, desde el exterior de una de sus ventanas ... mostrando el interior, el mar más allá de la cabaña
 y a su vez, reflejado el paisaje detrás de mí.




Tengo entendido que la Fundación mantiene un parque ecológico y de esculturas en la playa debajo del acantilado (yo no lo visité), además de un anfiteatro natural para eventos literarios y musicales.

así se ve la cabaña en la soledad del terreno
(las fotos son de marzo de 2012)


viernes, 3 de octubre de 2014

Pablo Neruda y sus casas (2)

"Isla Negra"

El mar

El Océano Pacífico se salía del mapa. No había donde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana...




La casa de Isla Negra está inserta en un paisaje costero de mar, playa y roqueríos. Allí escribió "Una casa en la arena" (1966), de donde fueron extraídos los fragmentos expuestos.




"La llave

Me he dado cuenta de que cuanto extravío en la casa se lo ha llevado el mar. El mar se cuela de noche por agujeros de cerraduras, por debajo y encima de puertas y ventanas.

Como de noche, en la oscuridad, el mar es amarillo, yo sospeché sin comprobar su secreta invasión. Encontraba en el paragüero, o en las dulces orejas de María Celeste gotas de mar metálico, átomos de su máscara de oro. Porque el mar es seco de noche. Guardó su dimensión, su poderío, su oleaje, pero se transformó en una gran copa de aire sonoro, en un volumen inasible que se despojó de sus aguas. Por eso entra en mi casa, a saber qué tengo y cuánto tengo. Entra de noche, antes del alba: todo queda en la casa quieto y salobre, los platos, los cuchillos, las cosas restregadas por su salvaje contacto no perdieron nada, pero se asustaron cuando el mar entró con todos sus ojos de gato amarillo.

Así perdí la llave, el sombrero, la cabeza.

Se los llevó el océano en su vaivén. Una nueva mañana las encuentro. Porque me las devuelve una ola mensajera que deposita cosas perdidas a mi puerta..."





vistas desde la casa


 fotografías de Mónica Pía



"Disposiciones", "Canto general", Pehuén, 2005

Compañeros, enterradme en Isla Negra,
frente al mar que conozco, a cada área rugosa
de piedras y de olas que mis ojos perdidos
no volverán a ver.
.......................................
allí quiero dormir entre los párpados
del mar y de la tierra...
                                   quiero ser arrastrado
hacia abajo en las lluvias que el salvaje
viento del mar combate y desmenuza,
y luego por los cauces subterráneos, seguir
hacia la primavera profunda que renace.

Abrid junto a mí el hueco de la que amo, y un día
dejadla que otra vez me acompañe en la tierra.


La voluntad del poeta se cumplió en diciembre de 1992, cuando sus restos fueron trasladados allí, junto a los de su esposa, Matilde Urrutia.